lunes

Peso o levedad





Este año me han gustado mucho los ciclos estacionales. Me ha gustado que el invierno fuera duro y, hasta su útlima hora, muriese matando, que el verano no haya dado tregua, salvo algún día aislado, sol y asfalto derritiéndose.
Me gustan porque me cansan el cuerpo y éste pide un cambio. La primavera pasada, mi piel anhelaba el sudor, la camiseta corta, las sandalias… Y ahora, voy suplicando por las esquinas que entre de una vez el otoño, que tenga que poner las sábanas en la cama, que haya que cerrar las ventanas al anochecer…
Y es que los años anteriores, ni el invierno había sido invierno ni el verano mereció su nombre. Fueron estaciones uniformes, indefinidas, intercambiables casi, donde ni los jamones se secaban, ni los granizados terminaban de apetecer.
Mi cuerpo necesita saturarse, llegar a su límite térmico, aplastarse para luego resurgir. Porque casa cosa tiene su momento (turn, turn, turn...) y mezclar todos los colores sólo da el negro. Al menos, en este aspecto, tengo definida mi preferencia ante el dilema con el que Kundera introduce su libro más famoso.
Entre el peso y la levedad, yo me quedo con el peso.

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