jueves

Saldando deudas II: El abrazo


Una de los errores de novato que cometí con la primera novela (Al final de la Cebada) fue dedicarle poco tiempo a la reescritura. Tal como la escribí, tuve la suerte de que Fernando la leyó y creyó en ella. Me pudo la sangre caliente, el poder de sacrificar unos árboles para ver mi historia en papel, encuadernada y en el escaparate de una librería. Así fue y fue muy bueno. Pero si algo se aprende de Fernando es a hacer la cosas bien. A cuidar los textos hasta que crezcan, a podarlos, a dejarlos vestidos, limpios y desayunados para que vayan a la escuela.
Subsané este error en el libro de cuentos (El rastro de la ternura) donde busqué una persona que me ayudó a que el estilo quedase mucho más limpio. Cuando terminé este libro (que ya ha tenido tres o cuatro títulos) me dije que era momento de dar un paso adelante.
Seguí el consejo de un amigo escritor que tiene una pequeña comisión de lectura y evaluación de sus obras y creé la mía propia. Aún sabiendo que, más que un honor, iba a ser un marrón estar incluido en ella, elegí amigos y no amigos, profesionales y aficionados, gente que me quería y gente que me quería menos. Hice las copias necesarias y todos les di una, con la orden de machacarla todo lo posible.
Y a fe que lo hicieron. Todos llevamos dentro un niño que se divierte rompiendo botellas a pedradas. Romper siempre es el primer paso para avanzar. Y si encima, hay alguien que se pone delante, pues duro con él.
Nunca sabrán como se lo agradezco.

No hay palabras para agradecer a Amadeo que, con el primer borrador en la mano, me dijese que no había podido pasar de la página 50, de lo coñazo que era; ni la educación de Fernando y Victoria para contarme que las descripciones eran tan pesadas como un mulo en brazos; ni la revisión exhaustiva de Olga buscando acentos y faltas ortográficas; ni los carraspeos, antes de preguntar si queríamos otra cerveza, de mis amigos (Diego, Sergio, Nacho, Alberto, Susana) cuando quería saber sus opiniones; ni los interrogantes que mis padres me planteaban. Incluso mi pareja, la colocó sobre la mesa y me dijo: Mario, ¿no crees que hay cosas que rechinan?
El comité de lectura fue inclemente y efectivo. Y gracias a todos ellos, a sus críticas, a que nunca entendieron el cariño como una palmada en la espalda, empleé otro año y medio en arreglarla. Sus comentarios me hicieron cambiar la trama, quitar casi 200 páginas (así y todo, se queda en unas trescientas y pico), reajustar escenas y cambiar el final.
Chicos/as, yo la narré, pero vosotros la escribisteis.
El penúltimo paso fue cuestión de suerte. Y es que la suerte no creo que ronde en los cupones ni los euromillones sino, más bien, en coincidir con toda esa gente que todavía no conoces y no puedes morirte sin descubrir. Mi suerte se llamó Lara Moreno y fue la profesional que encontré (o me encontró, o nos encontramos) cuando quise que le echará una revisión un corrector de estilo. Yo no conocía a ninguno pero apareció Óscar Sipán para recomendarme a una chica que había conocido en Cádiz, que trabajaba en Alfaguara, o Mondadori, o Planeta o no sé qué pepino de editorial. Me pasó su teléfono, hablé con ella, o le mandé un mail, no recuerdo.
El estallido fue maravilloso. Me devolvió la novela revisada de arriba abajo, me hizo cambiar el final, el título (por enésima vez), cambiar otra vez la trama… Lo hizo por algo maravilloso, por cariño. No hacia mí, sino hacia Óscar. Eso es una de las cosas más bonitas que hay, hacer algo por alguien, no por lo que ese alguien vale, sino por lo que vale la persona que lo recomienda. Y que no haya dinero por medio.
Muchas gracias Lara. Ya sabes que me tienes a tus pies. Yo la narré, ellos la escribieron, tú la arreglaste.
Finalmente, no quise cerrar la corrección sin que Óscar Sipán la hubiera mirado. El más fino estilista de los cuentos que hay en Aragón no podía quedar fuera. Óscar me ayudó con las imágenes, la musicalidad de los párrafos, los tiempos narrativos. La terminó de maquillar para que cada sílaba estuviese donde tenía que estar. Óscar trabaja los textos, los suyos y los ajenos, con un amor infinito. Los escribe, los lee en voz alta, lo cambia, lo vuelve a leer… Óscar no escribe las palabras, hace el amor con ellas.
Óscar, si yo lo narré, ellos lo escribieron y Lara lo arregló: tú lo vestiste para la boda. Muchas gracias, tío.

Los libros suelen llevar un autor en el lomo, debajo del título. Después de revisar este escrito, ya no tengo tan claro que deba ser yo.
Muchas gracias a todos por concederme ese honor.

El de ser el autor, y el de que estéis todos vosotros detrás de mí.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Fuiste muy valiente, ya que no todo el mundo se atreve a pasar su obra ante semejante tribunal antes de que salga al público. No es fácil recibir y asumir críticas sobre algo que es un pedacito de uno mismo. Eso solo demuestra dos cosas: tu profesionalidad como escritor y tu cariño hacia tus futuros lectores. Un beso enorme.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Mario dijo...

Hola Anónimo, muchas gracias por tu apoyo.
Em cuanto a lo otro, la verdad es que la intención que tuve al abrir este blog fue la de hablar del libro y complementar su historia con otras historias adyacentes de ciertos personajes que en el libro no quedaba espacio para todo el recorrido que pedían. No me gustaría que este blog se convirtiera en un lugar de ataques personales para con otros escritores. Yo creo que el libro no se lo merece. El protagonista es él. El resto que sean protagonistas en sus espacios. Entonces, si te parece, para devolver el protagonismo al libro, he pensado que la mejor idea es conservar el ocmentario una par de días y luego clausurarlo, quedándome por supuesto con tu mensaje de cariño y esperando otra entrada tuya cuando lo hayas terminado, vale?
Espero que no te decepcione el libro y entiendas mi posición.
Un saludo

Rocío dijo...

Un libro es un cachito de almas.
Bonito homenaje a todas ellas.
Besos.